"Kentukis" (2018) por Samanta Schweblin
La prolífica escritora argentina parte en este libro con un fenómeno tan increíble como completamente posible en los tiempos en los que vivimos: la oportunidad de comprar una cámara desde la cual un total desconocido pueda husmear en tu vida, así como la posibilidad de conectarte gratis para ver las vidas de otros. En definitiva, la premisa va de ser “amo” o “ser” (una forma light de afirmar que por lo contrario sería “esclavo”); siendo que los “seres” no pueden hablar a través del kentuki, solo escuchar y ver lo que los “amos” quieran decir o mostrar, y están limitados al movimiento que tendría un auto a control remoto. Los “amos” eligen al kentuki que quieran (una gama de animales que denotan una característica infantil en un aparato que tiene consecuencias mayormente adultas), mientras que los “seres” no pueden elegir a qué kentuki conectarse, a qué parte del mundo ir, ni qué tipo de “amo” tener.
El giro argumental se da de muchas formas a lo largo de
la obra de Schweblin, siendo más una colección de eventos y sucesos dispares
desarrollados a raíz de este fenómeno del kentuki, con algunas historias que se
van extendiendo hasta el final del libro: Un regalo del hijo de una peruana muy
entrada en años para que se entretenga; la decisión de una mendocina en México
por ser alguien más que solo la mujer del artista, por tener algo que no
tenga que ver con él; las ganas de un niño guatemalteco por conocer la nieve y
ser popular en la escuela, desatendiendo sus estudios; la búsqueda de una
amistad en el hogar por parte de un padre italiano entrado en años; una
oportunidad de un croata para ganar plata aprovechando un vacío legal en el uso
de los kentukis.
Uno de los giros más fuertes a lo largo del libro es
aquel en que los “amos” pasan a ser esclavos y los “seres” pasan a ser los
dueños, siendo incluso el tema de la primera historia. Sucede que los “amos” no
pueden más que hablarles y mostrarles su vida (dando toda la información que
eso significa), a cambio muestran su dominación con la negación de establecer
un diálogo con el “ser” (como Alina hace decididamente con su kentuki cuervo) y
con las limitaciones físicas que le puedan dar al aparato (encerrarlo en un
lugar, cubrirlo con una manta), a veces hasta a modo de tortura como sucedía
con el hijo de Enzo. Mientras que, los “seres” pueden oír todo (con traductor
incluido, aunque solo de su respectivo dueño), ver todo y si el “amo” desea
comunicarse con el “ser” tienen la ventaja de poder decir la verdad o mentir.
Todo se reduce a lo que afirma Emilia cerca del final de la obra “si había
abusos de algunos kentukis, era por negligencia de sus amos”, es decir, cuanta
libertad o información le des a ese “ser” detrás de la pantalla del kentuki; si
le das mucha, él puede ponerse contra vos y apoderarse de la relación (véase el
caso del kentuki de Emilia y el kentuki de Grigor en Surumu). En fin, una
advertencia que nos hace la autora sobre la importancia de la información en
este mundo tecnológico, siendo que hoy en día todos sabemos la fragilidad que
tiene nuestra privacidad y aun así seguimos exponiéndola cual compradores
insensatos de kentukis.
Otro giro argumental es el de elegir convertirse en
“ser” para luego liberarse de la opresión del “amo”. Esto es descripto
claramente en la historia de Marvin, en la que primero quiere liberarse de su
vida en la vitrina y luego del yugo de la esposa del dueño de la tienda donde
residía el kentuki al que se conectó, siendo rescatado por un chico que seguía
una revolución libertadora de kentukis. Hay varias historias más chicas que
siguen este argumento.
Un hecho resaltable del texto es su característica
mundial. Toda la obra se desarrolla casi aleatoriamente en distintas partes del
mundo, ya sean capitales, ciudades, suburbios o pueblos remotos, en una clara
demostración de que los conflictos son propios de la especie y no de la
nacionalidad. Es recurrente el interés de los personajes por conocer otras
partes del mundo, siendo esta una de las ventajas, según ellos, de ser “seres”
(tómese el caso del trabajo de Gregor de buscar las más exóticas locaciones
para sus clientes). La autora varias veces apela a Google Maps para que sus
personajes ubiquen el lugar en donde aparecen en su calidad de “seres”; de la
misma forma el lector se ve en la posibilidad de usar esa herramienta para
ubicar a los personajes en los distantes puntos del globo. Todo esto hace a
otra forma de recorrer el mundo, tanto para el personaje como para el lector
que explora a la par, un tipo de vacaciones sin salir de casa. Por último, cabe
resaltar una relación entre las locaciones de las principales tramas con los
lugares en donde ha vivido la autora, quizá dándole suficiente autoridad para
hablar de las costumbres y sus pobladores, así como de crear personajes nativos
de esos lugares.
Toda la obra es una representación de los problemas de la sociedad en este mundo tecnológico en el que nos incursionamos ¿Confiarías tanto en un completo desconocido como para revelarle toda tu intimidad hogareña? La respuesta lógica sería “no”, sin embargo, en el presente de las redes sociales (donde la gran mayoría pone sus contenidos en público) y de la completa obviedad de la vulnerabilidad de nuestros aparatos tecnológicos con cámaras adheridas, la respuesta suele enturbiarse. Declaraciones tales como “solo muestro lo que quiero mostrar” son las que la obra busca desmentir, ya que uno no tiene el control completo de la información que da al mundo sobre uno mismo. El libro no deja de ser un llamado de alerta a todas estas cuestiones, pero no centrándose en el peligro de la tecnología, sino en el peligro que son las personas para otras personas. Schweblin mezcla historias con tan diferentes remates como compleja es la sociedad en la que vivimos, siempre sacándole el aire al lector con cada uno de los finales de esos relatos, ni que hablar de la esclarecedora y angustiante sentencia final.
Grupo Editorial Penguin Random House, 2018.
Narrativa Argentina
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